Se deja de querer, y no se sabe por qué se deja de querer.
Es como abrir la mano y encontrarla vacía,
y no saber, de pronto, qué cosa se nos fue.
Se deja de querer, y es como un río
cuya corriente fresca ya no calma la sed;
como andar en otoño sobre las hojas secas
y pisar la hoja verde que no debió caer.
Se deja de querer, y es como el ciego
que aún dice adiós, llorando, después que pasó el tren;
o como quien despierta recordando un camino,
pero ya sólo sabe que regresó por él.
Se deja de querer como quien deja
de andar por una calle, sin razón, sin saber;
y es hallar un diamante brillando en el rocío,
y que, al recogerlo, se evapore también.
Se deja de querer, y es como un viaje
destinado a la sombra, sin seguir ni volver;
y es cortar una rosa para adornar la mesa,
y que el viento deshoje la flor en el mantel.
Se deja de querer, y es como un niño
que ve cómo naufragan sus barcos de papel;
o escribir en la arena la fecha de mañana
y que el mar se la lleve con el nombre de ayer.
Se deja de querer, y es como un libro
que, aún abierto hoja a hoja, quedó a medio leer;
y es como la sortija que se quitó del dedo,
y sólo así supimos que se marcó en la piel
Se deja de querer y no se sabe
por qué se deja de querer...
El amor es como el vino, y como el vino también, a unos reconforta y a otros destroza. Es intensidad y por esto: estira los minutos y los alarga como siglos. Es siempre tímido ante la belleza. Es una maravillosa flor, pero es necesario tener el valor de ir a buscarla al borde de un horrible precipicio. Y sin erotismo no existe. El erotismo sin amor es frecuente. Y si deseas mucho a alguien deja que se vaya, si vuelve será tuya para siempre, si no vuelve nunca ha sido tuya.
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